Los huesos de nadie:
El trabajo de campo es lento, muchas veces tedioso y por
desgracia infructuoso, nada ni nadie garantiza que bajo esas piedras, debajo de
nuestras huellas, de nuestras pisadas, podamos encontrar huesos que tengan una
historia que contarnos.
Era un año de sequías por lo que el retroceso de las aguas
habían sacado a la luz antiguos edificios anegados hace ya muchos años, restos
de vidas olvidados por la construcción de un pantano, gente que tuvo que
emigrar y dejar atrás el lugar donde habían nacido, crecido y en algunos casos
habían tenido descendencia, en fin: su hogar.
Esta podría parecer una mañana más pero habíamos recibido un
aviso anónimo de que en otra parte del pantano podían verse unos huesos emerger
de sus improvisadas tumbas y quedar a la vista de cualquier viandante que
paseara por el lugar, que por otra parte no estaba exento de curiosos que se
habían acercado para ver los restos de los edificios anegados, por la edad de
más de uno de los “mirones” no sería de extrañar que incluso pudieran haber
residido en alguna de esas viviendas que ahora se dejaban entrever.
A simple vista estaba claro que era una fosa común, por la
disposición de los huesos no se trataba de un enterramiento al uso, los huesos
estaban mezclados entre sí, lo que indicaba que habían sido apilados para
ahorrar espacio por lo cual no hubiese sido raro encontrar más cuerpos si se
hubiera excavado más.
Los días posteriores al hallazgo fueron lentos pero
intensos, catalogar huesos, datar la fecha aproximada en la que vivieron esas
personas, porque no lo olvidemos, en su momento fueron personas y ahí reside el
encanto de mi trabajo, de mis investigaciones, en poder contar las historias
calladas por el tiempo que claman tener voz.
Me encontraba en la tienda de campaña dispuesto a tomar un
café y hacer un alto en el camino cuando escuche unos gritos que procedían de
fuera, dejé el café sobre la mesa de trabajo y salí a ver que había causado
tanto alboroto.
Una vez fuera vi a Antonio Martín con los pantalones
empapados hasta las rodillas con una sonrisa de oreja a oreja. Antonio me
acompañaba siempre en cada viaje, en cada investigación era como decíamos
nosotros mi “carpo” derecho, una broma entre los que nos dedicamos a este
mundillo. Si estaba tan contento era que había encontrado algo importante, me
fijé que venía caminando de la zona anegada del pantano y mientras me acercaba
a él le pregunte:
- “Antonio ¿de donde vienes? Si querías darte un chapuzón
haberte puesto el bañador”-
- “Ha bajado el nivel del agua un poco más y he podido
entrar en el colegio”-
No me sorprendió para nada su iniciativa, siempre había sido
muy impulsivo y solía moverse por corazonadas.
-“¿Qué has encontrado?”- Pregunté ansioso.
- “Mira, fíjate bien”-
Se dirigió a la mesa de trabajo, aparto un cráneo que
estábamos investigando y posó con mucho cuidado y no sin un halo de misterio
una pequeña sabana con algo en su interior.
- “Ya verás como ahora todo encaja”- Dijo con entusiasmo.
Abrió despacio la sabana, pliegue tras pliegue, mis ojos
iban haciéndose más grandes por momentos, hasta que por fin se vio lo que había
permanecido oculto tantos años, era una carpeta con unos documentos, nos
miramos atónitos, ¿cómo podía estar tan bien conservado con tal humedad? No
cabía duda de que era un hallazgo que podría arrojar luz sobre nuestra
investigación, sobre a quien podrían pertenecer esos huesos y la historia
oculta que podía haber detrás.
Había varios documentos de identidad entre los viejos
papeles, no sé si por intuición o por azar, pero uno de ellos me llamó la
atención, quizás por la fecha, de estas que son redondas: 17 de Julio de 1900.
Pertenecía a Arturo García Ibáñez, estuve revisando el resto
de papeles, naturalmente no había ninguna partida de defunción ni de él, ni de
ninguno de los al menos siete cuerpos más que encontramos en el yacimiento.
Parecía evidente que los cadáveres tenían algún tipo de
relación con la época negra y sangrienta de España, la cruel guerra civil, un
capítulo de nuestra historia que bien podía no haber sucedido jamás pero que
por desgracia existió y en más de una ocasión se ha convertido en el centro de
mis investigaciones. Estaba decidido a averiguar todo lo posible sobre Arturo,
las posibles causas de su enterramiento, su historia oculta.
Sabía que no iba a ser tarea fácil, en estos casos la gente
era más que reacia a hablar sobre lo ocurrido, eran temas tabú que nadie quiere
tocar, pero no por eso iba a dejar de intentarlo.
Pasaron los días, los trabajos continuaban en la excavación
y yo había tenido varias entrevistas con los ancianos del lugar en busca de
respuestas, de historias e incluso de alguna leyenda pero fue una búsqueda
infructuosa, nadie en el pueblo quiso mediar palabra conmigo, el silencio, el
luto del olvido estaba implantado en el lugar.
Revisé de nuevo los documentos, negro sobre blanco plasmado
en el papel, nombres, fechas. Ninguno de esos documentos parecía que arrojarían
mucha luz a los hechos allí acaecidos hace tantos años.
Antonio estaba inmerso en el trabajo forense sobre los
huesos, llevaba muchas horas de trabajo a sus espaldas, ni tan siquiera
recuerdo haberlo visto ir a descansar en algún momento.
Estaba tan concentrado que ni se dio cuenta de mi presencia,
decidí no molestarle y me marche a la tienda a preparar un poco de café, tenia
pinta de necesitarlo aun más que yo.
Unos minutos después me acerque con ambas manos ocupadas por
sendas tazas de café caliente:
- “Antonio, ten”- Le dije mientras tendía mi mano
ofreciéndole una de las tazas.
- “Gracias, realmente lo necesito”- Me respondió con tono
afable.
- “¿Cómo va la cosa?”- Le pregunté, en cierto modo por
aliviarle un poco la carga del trabajo.
- “Aun no tengo nada en concreto, ya lo siento. Ve un rato a
dormir, descansa, si hay algo te aviso”-
La verdad es que no era una mala idea, así que decidí
hacerle caso y me dirigí a la tienda de campaña a echar una cabezadita, no era
el colchón del Ritz pero en esos momentos creo que hubiera sido capaz de dormir
hasta encima de una cama de piedra afilada.
A la mañana siguiente, con el cuerpo y la mente bien
descansado me preparé un café y me asomé al pantano, a mis pies se podían
apreciar claramente los restos de varios edificios, lo que parecía ser una
pequeña escuela y los restos de un campanario.
El nivel del agua había bajado en los días que llevábamos
acampados allí, casi se podía pasear por los restos emergidos del antiguo
pueblo. Me quede ensimismado imaginando mil historias sin prestar atención a la
realidad que me rodeaba por lo que no vi el revuelo que se había preparado
detrás de mí.
Alrededor de la mesa de trabajo y del propio Antonio estaba
parte del equipo, por lo que no dudé en acercarme rápidamente para ver cual era
el motivo de tanta atención.
-“¿Qué ocurre Antonio?”- Le pregunté con entusiasmo
-“Hemos encontrado esto debajo de unos restos, fíjate
bien..”- Su voz sonaba a una mezcla de entusiasmo y duda.
No cabía duda que tenía que ser algo interesante, Antonio me
entregó el hallazgo y me apresuré a ver que había despertado tanto alboroto,
¡una cartera! Fue una sorpresa por su estado de conservación, tenía un leve
deterioro algo nada usual dado que había tenido que pasar varias décadas bajo
tierra. Con sumo cuidado me decidí a abrirla para ver si dentro portaba algún
tipo de documento, la sorpresa fue mayúscula a ver que dentro solo había dos
cosas, una tarjeta de identificación y una llave algo oxidada por el inexorable
paso del tiempo.
La sorpresa aun fue mayor al ver que el nombre que indicaba
dicha identificación no era otro que el de Arturo García Ibáñez.
No cabía duda de que uno de esos cuerpos pertenecía a esa
persona, mi alma de investigador no podía evitar preguntarme de qué o porque
murió esa persona y que abriría esa llave.
No tardaría mucho en averiguar la realidad de esta persona y
su historia...
Muchas horas en el archivo municipal y horas de navegación
por internet dan sus frutos tarde o temprano, al fin pude encontrar el rastro
de Arturo. Al parecer era un joven docente destinado al pueblo hoy sumergido y
abandonado, no parecía pues un militante de uno u otro bando participe de la
guerra, pero eso naturalmente eran solo elucubraciones mías.
Las sorpresas como el día solo acababan de comenzar, las
preguntas sobrevolaban por el aire rancio de la tienda pero sin saber muy bien
porque tenia esa sensación de que hoy llegaría más de una respuesta, Antonio y
yo decidimos visitar las ruinas de la escuela esa tarde, nos remangamos
nuestros pantalones ya que el agua nos cubría justo por encima de la espinilla.
Avanzamos hasta la entrada de la escuela, la cual si bien presentaba
desperfectos parecía aun firme a pesar del tiempo y de haber estado sumergida
casi setenta años. Apartamos restos de bancos, sillas y lo que parecían ser los
restos de una pizarra, por un momento imaginé como sería la estancia en sus
tiempos de gloria, un colegio humilde sin duda pero con ese encanto extraño de
estos rincones donde contar con un colegio ya era todo un hito. Avanzamos hasta
la siguiente sala, parecía ser el despacho del profesor, normalmente en esa
época y más en un lugar como aquel todo el trabajo recaería sobre un solo
profesor, en este caso sobre el que seguíamos la pista, en este caso nuestro
Arturo.
Revisamos a fondo la estancia o más bien lo que quedaba de
ella sin encontrar nada, no podía ser que después de haber llegado hasta allí
todo quedara así, sin respuestas, Antonio y yo nos miramos con gesto serio, nos
sentamos en una gran piedra desprendida en su momento de la bóveda del techo,
en ese momento, cara a cara, mirándonos comprendimos que las cosas no podían
quedar así que seguramente las respuestas estuvieran más cerca de lo que
pensábamos, solo había que saber hacia donde mirar. Saqué de mi bolsillo la
llave que habíamos encontrado en la cartera de Arturo y fue entonces cuando al
ver un rayo de luz iluminar un punto concreto de la habitación dentro de mi algo se iluminó, se accionó el
mecanismo y surgieron las hipótesis en mi cabeza:
-“Antonio. Nuestro amigo nació en el año mil novecientos,
por los restos encontrados hemos datado que falleció en una edad aproximada de
entre treinta y cinco y cuarenta años, eso coincide aproximadamente en el
tiempo con la guerra civil española por lo cual creo saber donde puede estar
oculto lo que sea que abra esta llave”-
Antonio me miro atónito, no era la primera vez que me venían
esos destellos pero tampoco seria la primera vez que erraría en mis
predicciones, eran simples elucubraciones que unas veces si y otras no, más
éstas ultimas, solía lanzar en aquellos extraños momentos de lucidez.
-“Si como creo nuestro amigo fue muerto a manos del ejercito
falangista y con toda probabilidad fue apresado aquí, en su lugar de trabajo
¿dónde crees que pudo guardar algo para que ellos no lo vieran?”- Le pregunte sabiendo que no hallaría
respuesta.
-“No tengo ni idea, pero deduzco que me lo vas a decir”- Contesto
con tono irónico.
-“¿Qué no osaría nunca dañar un miembro de la unidad
falangista? Algo relacionado con la iglesia.. ¿Qué puede haber en una clase o
en un despacho con ese motivo? Pues muy sencillo, un crucifijo.”-
Antonio se quedó mudo mirándome fijamente, creo que pensaba
como algo tan simple podría realmente funcionar. Antes que pudiera mediar
palabra yo ya me había incorporado de forma brusca y tomando con ambas manos
una enorme piedra no dude en utilizarla a modo de pico para golpear una de las
paredes en un punto muy concreto.
Los golpes retumbaban de manera que parecía que toda la
estancia se iba a venir abajo pero yo ya estaba cegado y no iba a parar bajo
ningún concepto, varios golpes después por fin la pared cedió, se podía
apreciar que había una especie de hueco entre ambas superficies de la pared,
metí la mano con la esperanza de encontrar algo en ese espacio vació y
efectivamente ahí estaba, lo que estábamos buscando, una caja metálica no muy
grande, aproximadamente de unos treinta centímetros de largo por veinte de
ancho.
La noche estaba cayendo sobre nosotros por lo que decidimos
regresar al campamento con aquel valioso hallazgo en nuestro poder, una vez
allí me dirigí a mi tienda de campaña, encendí mi lámpara de quinqué y en ese
ambiente mágico presenté la llave a la cerradura de la caja, no fue sencillo
que el mecanismo girara, imagino que por la corrosión y la humedad a la que
había sido sometida a lo largo de los años, pero al final cedió y me concedió
la oportunidad de ver lo que había ocultado en su interior tantos años.
Mi sorpresa fue mayúscula al ver que envueltos en unos
plásticos y unos paños viejos y ajados se encontraban tres pequeños libros que
presentaban un extraordinario estado de conservación. Eran unos libros de apenas
treinta paginas cada uno, numero que enseguida comprendí a que se debía.
“El mar” Rezaba el título del primer ejemplar, describía
como cada uno de los alumnos imaginaban como era el gran azul, en un lugar tan
alejado de la costa y de una población evidentemente humilde dudo mucho que
ninguno de ellos hubiera visto jamás el océano.
“Yo no quiero ir, me asusta pensar que allí todo es azul y
que grandes monstruos vivan debajo esperando para salir y comernos”
Esas eran las breves palabras de uno de esos niños que con
su imaginación describía lo que él creía que era el mar.
Fui pasando una a una las paginas leyendo con atención lo
que cada alumno había escrito, al llegar al final a modo de agradecimientos
había unas palabras del profesor:
“Con o sin monstruos, sea azul o violeta, con remos o a
motor os prometo que antes de que este curso termine todos conoceréis el mar”
Data veinte de Marzo de 1936
Una promesa que me temo nunca pudo llegar a cumplir,
Años después pude seguir investigando sobre la historia de
Arturo García Ibáñez, e incluso conseguí entrevistar a uno de sus alumnos, lo
que me ha permitido estar hoy aquí contando su historia, porque hay veces, como
en esta ocasión, en la que las voces de los huesos claman por contar su
historia y nos van dejando pistas para que juntemos el puzzle y lleguemos a
entender lo que ocurrió, una llave, una caja, unos huesos...
Pues bien, don Arturo García Ibáñez solo fue un joven y
humilde profesor sin otra intención que la de instaurar una nueva forma de dar
clases, la moderna técnica Freinet que consistía básicamente en la
preocupación por renovar los métodos y técnicas de la enseñanza primaria y
secundaria para hacer de los individuos seres libres, que puedan desarrollar
con mayor facilidad su personalidad e imaginación así como su capacidad
creadora; quiere humanizar la enseñanza haciendo del trabajo escolar un placer
para maestros y alumnos; quiere que las experiencias vitales sean el material
escolar: la escuela debe ser parte de la vida. Esto obviamente no debió ser bien visto en la
época, ya que era un tipo de enseñanza muy polémica que obligaba a tener una
pequeña imprenta en cada escuela con el fin de que los niños fueran en cierta
manera periodistas.
¿Cuál sería el impacto que esos pequeños
libros causarían en su momento? Libros
de unos niños con sus vivencias, sus inquietudes..
Ese libro del que os hablaba “El mar”
fue la promesa del profesor para con sus alumnos de ese viaje para conocer el
mar, hoy puede parecernos algo insustancial o una mera anécdota pero como antes
os he comentado la mayoría de esos niños ni soñaron con ver el mar, pocas horas
antes de emprender el citado viaje estalló la guerra civil y lo primero que
sucedió en esa alejada aldea fue el apresamiento del maestro. Los niños jamás
pudieron realizar el viaje, según he podido averiguar el maestro fue
encarcelado, torturado y finalmente fusilado. Encontramos su cuerpo casi por
azar hace unos años en una fosa común, no encontramos ahí solo huesos,
encontramos una historia, algo que merecía, más bien clamaba ser escuchado. La
historia de un maestro cuya única intención era la de dar libertad a sus
alumnos para expresarse y hoy en día puedo constatar que los viejos alumnos aun
lo recuerdan como una instantánea grabada a fuego en sus cerebros y he visto
derramar una lagrima al recordar su nombre.
El destino a veces es cruel, ese último viaje con unos
niños que no habían visto el mar, quien sabe si alguno jamás lo vio, pero las
historias siempre buscan un final, nuestro suelo esta lleno de ellas, algunas
saldrán a la luz otras posiblemente no, quiero acabar esta ponencia mostrándoos
una fotografía de Arturo García Ibáñez y recordaros que allí se encontraron
seis restos humanos más y aun no sabemos nada sobre ellos, sobre sus historias,
sobre los huesos de nadie..
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